Acceso de visitantes | Monasterio de Oia
El proyecto de un espacio de recepción de los visitantes del Monasterio de Oia, el único monasterio cisterciense a orillas del Atlántico, es un encargo en un pequeño pero singular habitáculo situado en la esquina que crean el Atlántico y el Río Lavandeira.
Este lugar especial debe servir de recepción para los visitantes del monasterio, transmitiendo todo aquello que creemos que sus propietarios reclaman e impone el lugar: calma, cordialidad, respeto a la historia y agradecimiento por la visita. Todo esto, desde la buscada contención de información en un espacio que podría quedar abrumado por la potencia del lugar y la gran cantidad de hitos que, si no se dosifican, acabarían generando confusión en vez de claridad. Por ello, nos gusta considerar el proyecto como un ejercicio de contención en el que los gestos, la paciencia y la discreción son más importantes que otras tentaciones o “prisas” que solo generarían interferencias.
Los materiales del proyecto, con una consciente pero controlada manera de envejecer, también definen la “arquitectura del lugar”, y en un entorno tan potente como un monasterio cisterciense, los materiales tienen que ser neutros, rotundos y sinceros: el granito en los muros, el vidrio en los huecos y el acero en la piel han dado respuesta a nuestras intenciones.
Cuando un proyecto de arquitectura empieza su construcción es cuando todo empieza a cobrar sentido: los materiales son piel, sonido, temperatura y presencia. Aquí solo hemos usado los que debían usarse.
El resto de cuestiones son parte del oficio: generar recorridos, ser funcionales, garantizar la durabilidad y cumplir con las obligadas prestaciones técnicas.
Desde esos gestos aparentemente sencillos, como la elección de los materiales o la incorporación del tiempo, surgen las verdaderas decisiones de este proyecto. Es en el respeto al tiempo pasado y en la aceptación del paso del tiempo futuro donde reside gran parte del núcleo del proyecto, una manera de enfrentarse a las cicatrices del monasterio que se une a una manera de entender el paso del tiempo en los materiales y la arquitectura, una manera de encontrar la verdadera belleza y aceptar las palabras de Paulo Coelho cuando dice que «Cada cicatriz tiene vida propia y un espacio en mi corazón» o de Simone de Beauvoir, «Las arrugas de la piel son ese algo indescriptible que procede del alma».
The project for a visitor reception area at the Monastery of Oia, the only Cistercian monastery on the shores of the Atlantic, is an assignment for a small yet unique space situated at the junction of the Atlantic Ocean and the Lavandeira River.
This special place is meant to serve as the reception for visitors to the monastery, conveying everything we believe the owners desire and what the location demands: calmness, cordiality, respect for history, and gratitude for the visit. All of this is achieved through a carefully controlled amount of information in a space that could easily be overwhelmed by the power of the site and the numerous landmarks that, if not properly balanced, could create confusion instead of clarity. Therefore, we like to think of the project as an exercise in restraint, where gestures, patience, and discretion are more important than other temptations or «rushes» that would only create interference.
The materials for the project, which age consciously but in a controlled manner, also define the «architecture of the place.» In a setting as powerful as a Cistercian monastery, the materials must be neutral, solid, and sincere: granite for the walls, glass for the openings, and steel for the outer shell have fulfilled our intentions.
When an architectural project begins construction, it is when everything starts to make sense: materials become skin, sound, temperature, and presence. Here, we have only used what was necessary.
The rest is part of the craft: creating pathways, ensuring functionality, guaranteeing durability, and meeting the required technical standards.
From these seemingly simple gestures, such as the choice of materials or the incorporation of time, the true decisions of this project emerge. It is in respecting the past and accepting the passage of time into the future where much of the project’s core lies—a way of confronting the monastery’s scars that aligns with an understanding of the passage of time in materials and architecture, a way of finding true beauty and embracing the words of Paulo Coelho, «Every scar has its own life and a place in my heart,» or those of Simone de Beauvoir, «The wrinkles on the skin are that indescribable something that comes from the soul.»